Traductor

sábado, 16 de abril de 2016

Primer acto:

En una habitación pequeña, se encuentran tres mujeres, cada una inmersa en su propio pensamiento.
Sobre las brazas de un fuego que tiende a apagarse, la mirada fija de una de ellas:

¿Puede la luz extinguirse porque así se ha proclamado?
¿Acaso un puñado de opiniones pueden desde sus miradas,
absurdamente matarla?
O el simple movimiento de no mirarla
al ser ellos mayoría, ¿ya la apagan?

¿Así como agoniza éste fuego ante mis pupilas,
agoniza mi alma?

¿Cómo puede una tenue llama
quemarme por dentro
hasta llagarme las palabras?
¿O es el silencio que pronuncia mis gritos,
lo que enmudece mis sentidos
Y apuñala la calma?
¿Qué me otorgarían mis reprimidas palabras?


Silencio solo interrumpido por algún que otro suspiro.
No tan alejado del fuego, se encuentra una mesita pequeña que sostiene un gran reloj. Otra de ellas que se encuentra con su cuerpo apoyado contra una de las paredes, tiene su mirada fija en él.

¿Puede el tiempo extinguirse porque así se ha proclamado?
¿Acaso un puñado de opiniones pueden desde sus miradas,
absurdamente matarlo?
O el simple movimiento de no mirarlo
al ser ellos mayoría, ¿ya pueden apagarlo?

¿Así como agoniza éste tiempo ante mis pupilas,
agoniza mi alma sumisa?

¿Cómo puede el paso del tiempo,
quemarme por dentro
hasta llagarme las palabras?
¿O es el silencio que pronuncia mis gritos,
lo que enmudece mis sentidos
y apuñala la calma?
¿Qué me regalarían mis reprimidas palabras?


Sobre el piso, se extiende otra figura femenina que juega con sus manos haciendo sombras frente a la fogata que reclama más leños.

Si veo lo que veo
¿Por qué se empeñan en cegarme?
Si hay sombras que creo
¿Por qué se empeñan en negarme?
Si encuentro mis formas
¿Por qué me imponen sus normas?
Si encuentro mis deseos
¿Por qué me imponen sus miedos?

Corren mis dedos por el espacio
uniendo luz y oscuridad,
dibujando mis millones de rostros
y ellos, solo juzgan sus temores
imponiendo ante todo
esa miserable mediocridad;
que visten tapando sus demonios
sin dejarlos volar.
Sin rostros bajo sus caretas.
Sin valentía que retumbe como tambores.
Se atreven a pronunciar
discursos
absurdos…

Y esa hipocresía
se arma de bondad
para atravesarme
sin piedad.


Sobre una vieja silla postrada en un olvidado rincón yace taciturna una hoja en blanco.
Se escuchan gemidos de dolor y cada una de ellas deja sus pensamientos para tratar de descifrar la ubicación de aquel ruido doloroso.
Se miran desorientadas en la ubicación.

Silencio de pensamientos.

Los gemidos pasan a quejidos, los quejidos a gritos, los gritos a llanto y la hoja en blanco se tiñe de tinta negra que comienza a chorrear como si se estuviera derritiendo. Ellas asustadas miran lo que ocurre. Y en ese momento sin ardor ni tiempo y sin sombras ni luz, por fin unen sus miradas.
Tal fuerza se desprende de aquel choque que ellas comienzan a unificarse perdiendo miedos y dudas. Poco a poco se comienza a formar el mismo cuerpo pero nuevo aunque con los mismos ojos y manos; ésta que se encuentra parada con total fortaleza en medio de la habitación solo tiene un destino marcado por su sed, y hacia él corre…

Corre y luego de un envión, como si fuese a volar, se sumerge en la hoja impregnada en tinta. Luego de un momento, saca su cabeza como si estuviese tomando aire y lambe la tinta de sus labios, comienza a salir poco a poco completamente desnuda y cubierta por la negrura de la tinta. Lame sus manos, sus brazos, sus piernas, sus pechos y se desespera por beberse.
Su lengua se alarga, alcanzando sus laderas febriles. Comienza a gemir mientras se acicala y alimenta. Comienza a usar sus manos para recorrer su nuca, sus labios, su cuello, sus pechos que se estremecen ante el juego de calor y los suspiros hondos que emana su boca. Sus manos van donde su lengua y ella se enreda sola con ella y ellas.
Se desparrama en el piso mientras sus ojos se cierran gritando la súplica de un toda a un más. Más. Más y más hasta obtenerse toda, hasta armarse, amarse y crecer desde el deseo absoluto.

Se eleva y contrae sus muslos, su vientre, sus labios, sus manos. Sus quejidos suenan profundos como si los hiciera hacia su adentro. Contrae su cuerpo una dos tres, múltiples veces.

Y cae.
Pero de pie.
Con alas extendidas sobre su espalda. Respira hondo y pronuncia:

Soy aquella de aquellas
que nace para ser sólo ella,
desde ellas.
Soy pies en la tierra.
Alas en los cielos.
Mente en el conocimiento.
Y sexo latiendo.

Soy mi soledad y mi comunidad.
Tengo el poder de ser sin depender
y no lo cedo ante amores
ni ante lo que puedan decir de mí.
No me detengo ante dudas ni ante imposiciones,

nací para existir.