Supe saber ese
conocimiento
que no sabía pero me
dijeron.
Supe dejarlo
acomodarse en mi pecho,
como un puñetazo de
vidrio picado
que vino a abrazarme
desde adentro hacia afuera,
y supe dejarlo andar
por mis venas.
Supe sentir el ardor
su ardor mi ardor
el fuego flagelador.
Supe rumiarlo y que
de mi garganta no pase,
andarlo como un
rastro o tenerlo como peaje.
Supe vomitarlo:
Por los pasos que no ando.
Por las manos quietas.
Por la boca embalsamada.
Por los ojos inflamados.
Por el encierro protector.
Por la neblina opaca
de mi habitación.
Por las horas finitas.
Por el derrumbe en
cámara lenta.
Por la quietud mortuoria.
Por el silencio
filoso.
Por la desolación de
mi sombra como toda mi oscuridad
o mi única
luminosidad.
Y supe meterlo de
nuevo.
Pero digerirlo… sí
que no sé si puedo.