Venga, acomode su presencia como si esto fuera a
durar un largo rato. Verá, hoy desperté con ansias de ser en verdad
escuchada. Sucede que vivo en un mundo repleto de hipocresías y recién vengo a
caer en cuenta de las caretas; un mundo desbordado
de egos hambrientos, cuando al parecer el único menú que ofrezco es
alimentarlos mientras me voy, poco a poco, secando.
No tome esto a personal… intente no ver más allá
de lo que digo, que digo sobre mí y mis sentidos. De antemano le explico que si
algo surge y produce alguna incomodidad, sepa que tiene que ver con algo suyo
muy personal… y no mío.
No intento responder el mundo, solucionarlo ni
mucho menos revelarlo. No soy más que una necesidad a por hablar, un suspiro
con sonido. Y como el humo de éste cigarrillo una vez en vuelo, desapareceré
para confundirme con todo lo que me traspase hasta dejar de ser.
Ahora bien, supongo nos vamos entendiendo, usted sonríe
y es un acierto… procedo entonces a nuestro encuentro:
En tinieblas
el mundo va tanteando,
manoseando y
así la vida derrochando.
Nos llenamos
la boca
con lo
correcto por decir/escribir
y en
realidad no vivimos.
Comemos gustoso
lo que nos venden,
aun sabiendo
que nos envenenan la mente.
Vamos andando
obesos de vacíos,
de agujero
negros,
de sin
sentidos.
Alardeando la
existencia, la inteligencia
cuando en
realidad
somos una
plaga que atenta
contra la única
razón válida,
el único motivo
esencial,
la única verdadera
necesidad:
Sentir para
vivir. Amar para existir.
Y yo…
Y yo busco
aquella utopía
de Oliverio Girondo
que habla
del vuelo
sin
importar el cuerpo.
Busco.
Busco un
beso.
Busco un
beso que traspase mis huesos.
Busco un
beso que traspase mis huesos, que toque mi centro, que se consuma en camino,
anestesie
mi infierno y sea ese refugio mi alivio.
Una boca
que no se quede solo en boca.
Unos labios
que no se queden solo en mis labios.
Una lengua
que no se detenga.
Que sea
manos… buceando, socavando, creando.
Unos ojos
que no se deleiten con la superficie,
sino que
gocen al conocerme y desvestirme.
Un tacto
que no busque la suavidad de la piel,
sino la
necesidad de astillarse con mi ser.
Busco un
beso que deguste a alma,
que su
sabor final no sea un cuerpo.
Sino que vaya hacia adentro,
para entonces
si penetrarme el esqueleto,
las viseras,
la carne,
la piel
(sin
desangrarme)
y sacarme
de este infierno.
Que me
invierta,
que yo
vista mis huesos,
que lo
cotidiano siquiera quede adentro.
Busco una
especie utópica
que me bese
con tremenda osadía
todo lo que
inevitablemente cambiará
para abrazarme
y no soltarme jamás.
¿Pero quién
me besaría
si yo fuera la gemela de Quasimodo,
o si mí
imagen nació
cuando Cyrano
me contó sus modos?
Si el
tiempo es el ácido que lo corroe todo
¿Por qué
tantos se aferran a lo que inevitablemente desaparecerá?
Y usted me
dirá:
la belleza única es la interna.
Y yo
preguntaré: ¿entonces por qué lo inquieta lo de afuera?
Usted responderá:
por algo se llega.
Y yo
concluiré: no si sus ojos saben sentir para ver… lo suyo es extrema ceguera.
Busco manos.
Busco manos
sin miedo.
Las que
lleven en sus palmas el deseo urgente
Por hallarme.
Y en la
punta de sus dedos,
el olvido
de tocarme.
Busco el
sexo
que conjugue
en el mío todos los tiempos.
Que no sea
uno, sino todos.
Que me ate
al perpetuo desborde,
y me suelte
para luego
atraparme y me aflore
Busco el
hombre
cuyo caudal
de conocimiento,
derrumbe
todos mis cimientos
Ese hombre
que al romper el aire con su voz
sepa que en
mi silencio
voy jadeando
cada encuentro
Un hombre
que la única violencia que ejerza
sea la de liberarme para ser,
en un mundo
que se inventa como cadena
para la
mujer.
Busco la
plenitud en la tranquilidad.
De carcajadas,
cosquillas, silencios,
debates,
enojos, besos, abrazos,
juegos,
soledades, necesidades…
Esa infinidad
finita
llamada felicidad,
esa
completud exquisita.
Y así
moriré en todos mis tiempos… buscando.
Dejaré de
existir como ya no existo, postergando.
Y ese mal
sabor del deseo no concretado,
cubrirá como
el rocío a mi tumba…
esta boca
seca,
estas manos
quietas,
estos sueños
quebrados,
este amor utópico
y desesperado.