Cuando la noche invade la sangre, cuando se inyecta
lo oscuro de uno hacia uno, cuando el último trago arrasa con toda huella
puritana… ella se viste de negro para salir.
Es aquí
donde pertenezco.
Aquí donde
late mi pulso y me embriaga mi veneno.
Es aquí
donde dicen muero
pero no,
aquí solo me renuevo.
El sabe esperarla. El siempre está en el parque
bajo el mismo árbol aunque las noches sean claras y ella oscura. El la espera
pero duda.
¿Vendrás hoy
vestida de tus fieras?
¿Vendrás a
matarme la poca lucidez que me queda?
¿Aparecerás
dentro de la oscuridad
para sorprenderme
el cuerpo
y alojarte
en el sin piedad?
… ¿dónde estás?
¿A dónde te
vas cuando te vas?
¿A dónde
llegas y quién te espera?
¿Alguien te
espera?
… espera, perversa
espera sin respuestas.
El viento se hace tormenta. Ella toma su lápiz labial,
marca con una cruz su pecho y sale sin rumbo alguno pero confiada en que
llegará a donde deba llegar.
Ven a mí
demonio, posee mi carne.
Has de mí
un instrumento:
mi elemento
mi armonía
mi compañía.
Calla mi
voz con tu gruñir y muérdeme,
muérdeme para
que pueda salir.
No dejes de
andarme,
de elevarme.
Ven a mí y
ábreme a
sentir.
La oscuridad aun no se cierra. El la espera
ansioso pero ella no se descubre entre el silencio y la quietud inmensa. El aprieta
sus manos, muerde su orgullo, busca su paciencia, se esmera en atraerla.
Si pudiera
preguntarte si es a mí a quien solo ves,
si soy el
primero o el ultimo
si vienes
virgen en deseo o solo me das tus restos.
Si pudiera
lograr veas mis ojos
y sientas mi
temblor cuando te tengo.
Pero no
puedo.
No me
atrevo…
¿Y si te
pierdo?
Duerme el mundo y ella hace sus pasos cada vez más
apresurados. Suenan sus tacos en la tierra y el cielo, docenas de ángeles se avergüenzan
y otros tantos atentos la observan. Camina elegantemente apresurada, sin
destino pero con una gran sonrisa en sus alas.
Te presiento,
te olfateo
en el aire…
Estas cerca de enloquecerme,
de desgarrarme las palabras,
de poner sobre mi aroma tus ganas.
Creo que
por esta esquina ya pasé
y por esta
vida también…
¿Dónde estás,
dónde me
alimentarás?
Condenado se sienta sobre las hojas secas. Toma entre
sus manos su cabeza llena de pensamientos tortuosos, mira hacia todos lados y
no hay siquiera una sombra que dé esperanzas, siquiera unos pasos equivocados
que alienten su alma.
¡No debo
ser el único!
siempre llega
abatida y cae rendida sobre mí.
¿Cómo puedo
creer que soy el único?
¿Cómo puedo
siquiera permitirme
el imaginar
que ella elige por encima de todos… a mí?.
¿Cuál sería
mi cualidad?
Esa especialidad
que me haga,
ante ella,
una prioridad.
No, no debo
ser el único.
Seguramente
debo ser un error
que ella repite
quien sabe por qué razón.
El viento comienza a levantar todas las hojas remolineándolas
hacia la noche que cubre los lugares perpetuos. El mira sonriendo; ella parada
frente a él se quita los tacos, muerde sus labios, se quita el abrigo, se
arrodilla predispuesta. El la observa detenidamente como si quisiera encontrar
algo que lo aleje, pero no lo encuentra. Ella lo mira a los ojos. El nunca vio
sus ojos. Ella extiende su mano. El nunca sintió sus manos. Ella lo atrae a su
pecho. El nunca se acurrucó en ese valle perfecto. Ella lo abraza con dulzura. El
comienza a hundirse. Ella comienza a sentir que su respiración se dificulta.
El
se introduce provocando un peligro que no oculta. Ella se ahoga, lo siente
dentro. El se acomoda. Ella lo devora. El se alimenta. Ella bebe. El no se
contiene. Ella no se detiene. El desaparece. Ella aparece.
Las hojas caen de golpe sobre la superficie del
lugar.
Sabía que
me encontrarías en cualquier lugar,
sabía que
me harías nacer,
sabía que
podría confiar.
Ahora en mí
ya puedes saber todo lo que quieras averiguar...
Ahora en mí…
Ahora soy…
Ahora sabes…
Ahora me
posees para liberarme
Ella abrió sus ojos y estaba entera. Sonrió satisfecha.
El se supo demonio y estaba entero. Sonrió satisfecho.