Tomé todo cuanto encontré,
menos a mí
misma en el reflejo que despedía
la sombra
de la niña
que lloraba
negada
a aquella
que respondía bajo lágrimas
los gritos
desgarrados
que vienen
del eco más penoso,
de la voz
más acallada.
Tomé y tomé.
Tragué y tragué
hasta mi último aliento.
Escupí mi
horror sangrando en mis manos.
Odié la que
estaba vistiendo.
Intenté asesinar
todo cuanto
venía escondiendo
y para ello
debía asesinarme,
asesinarme muriendo.
Decidida
lloré lágrimas
somníferas.
Me ví
me sentí yéndome
y cerré mis
ojos
sin paz
pero con
paz caí.
Y desperté
Por alguna
razón hubo un error y abrí mis ojos… otra vez.
Y pude ver
que el pozo
había sido más profundo que nunca,
que la
oscuridad me había invadido culposa
culpable
culpa.
Ansiosa la
vida no me soltó
y la muerte
sin querer perder
solo se
llevó lo que debía morir y la dejé.
Esa noche…
Esos días…
La vida
sopló la arena de mis ojos
Y la muerte
me libró del mal
de todo mal
del pecado
de la culpa
de esa lupa
que insulta,
de esa opinión
mía que solo me injuria.
No renací
ni morí
solo seguí.
Quizá por
ese error, esa razón,
esa suerte…
Ese abrir
los ojos y sentir mi pecho latiendo
normal
como siempre,
pero fuerte
austero
concretamente
loco y así funcionando
connotado,
simbolizado
en el reloj que no se detuvo
que anduvo
que sostuvo
que contuvo,
que hizo
eco en mi mayor silencio
Cobarde?
No lo creo.
Existen impulsos
internos que son tempestades
que cobran
significación
cuando uno
en el tiempo
ata los
hilos,
construye
ideas y supera
la angustia
de caer en algo desconocido.
Existe un
interior más sabio y seguro
que domina
la fiera del afuera.
Y esa que
me sostuvo
mientras caíamos,
supo ser
arpón y agua
me abrió y
curó
me abrazó
me sonrió
me amó
y la amo
En el reflejo
de mi mirada.
Quizá no
quede nada
o quede
todo,
no importa.
Si estoy
presente tan carne viva
tan latiente
tan siniestramente
concreta
tan sola
tan solitariamente
perfecta.