Solía sentarse en el techo de su casa, cuando las noches más frías comenzaban a golpear el barrio. Desde allí y aprovechando la neblina, fumaba a escondidas del mundo. Para entonces habrá tenido unos quince o dieciséis años y ya conocía el amor pero, más aún, el fraude del amor.
Recuerdo una vez, que con voz bélica, me dijo “éste pueblo me va a tener por lo que hablan de mí. Quién soy yo para contradecirlos?”. Esa vez vi su mirada dolida, como si su propia imagen se fuera ocultando tras los matices verdosos y amarillos de sus ojos.
Y lo hizo. Claro que lo hizo!. Fue todo aquello que el pueblo decía. Desde cada boca salía una historia y ella cumplía su protagónico a la perfección, tanto así que más de un autor se sorprendió por la veracidad de lo que había dicho. A veces llegué a pensar que allá arriba, sobre el techo frío y rodeada por la neblina, ella escribía su propia historia utilizando el humo de sus cigarrillos como tinta.
Nunca llegué a preguntarle si era feliz. Creo que como todos, yo tampoco tenía ganas de escuchar su verdadera historia. Algunas veces la escuché llorar desgarradamente, sabía que era ella por su tos, siempre tosía como si su pecho se cerraba. Mí madre decía que eso era por el cigarrillo, pero yo creo que era su dolor hecho metástasis, negándose a dejarla.
Con el tiempo aprendió a no hablar, para qué hablar si ya todos decían hasta lo que ella seguramente pensaba. Se manejaba con muecas y movimientos de su cabeza o sus extremidades; pobrecita! Ahora que lo pienso, la siento.
Los primeros recuerdos que tengo de ella son los de una niña sonriente pero solitaria. Los últimos recuerdos que tengo de ella, son los de una adolescente gris casi transparente… neblina.
Yo mucho no sabía de ella, casi como el resto del pueblo, me manejaba por lo que se decía. De niñas era otra historia, otro mundo, otros lenguajes; recuerdo que su padre era su todo y que le gustaba jugar a ser súper poderosa, aunque sus poderes siempre variaban, ella era súper indestructible. Nos divertíamos! Si, de niñas nos divertíamos. Cuando fuimos creciendo, creo que la mirada del pueblo decidió por encima de nuestros juegos, quiero decir que elegí alejarme porque a ella la miraban raro, creo que le tenían miedo y yo también, desde algún aspecto, empecé a temerle. Y tanto fue creciendo ese miedo, mío y social, que ella empezó a vagar y tras el paso de los años se fue disipando… como la neblina, tan igual a la neblina.
Hoy, prendí un cigarrillo en plena madrugada. Estaba sentada en un sector oscuro del patio de mí casa, no sé si fue una ilusión, pero un manto espeso de neblina cayó sobre mí cuerpo. Sentí su peso, su humedad, su aroma entre frío y restos de ramas rotas o hojas abolladas como envoltorio de alguna golosina. Y la recordé.
Pude ver a los monstruosos demonios que la acechaban. Pude sentir el pánico mientras el corazón me dolía, la respiración se me hacía afilada dentro de mí cuerpo cortándome por dentro para que brote aún más miedo y me ahogue en cada segundo. Pude sentir que dejaba mí cuerpo, que mí carne y huesos se hacían pesados y mí existencia era un vapor, un suspiro que se resbalaba de mí misma y me dejaba, de a poco, yo me despegaba de la carne, o me alejaba. Cerré los ojos y había aún más miedo y dolor dentro. Los abrí, traté de moverme, pero solo pude abrazar mis rodillas y en posición fetal comencé a llorar, con tal dolor, con tal desgarro, con tantos años callados… que me encontré.
Y ahora, hoy, quizás mañana y espero que siempre, no me voy a dejar vagando hasta desaparecer. No voy a mirar para otro lado cuando todos mis monstruos aparezcan rechinando sus viejas historias para asustarme las nuevas. No. No, claro que no. Esta vez los voy a ver desde donde fui hace tanto tiempo, sé que tras esos tantos brazos que solo existían para descuartizarme, hay unas dedos que señalan algo. Sé que si me fijo bien, podré ver unos rostros cansados de perseguirme en vano. Al menos debería reconocerles el sacrificio e invitarlos a pasar, aunque mañana de nuevo pueda llegar a fallarles.
Creo que sí los miro con mis ojos, detrás de los tonos verdosos y amarillos, volveré a aparecer sonriendo, sintiendo algún que otro súper poder para entender el dialecto “miedos” y seguir lo que hacía atrás señalan para leer hacia dónde (adelante) debo ir.