Parada
en la vereda de enfrente, siempre en la vereda de enfrente, te vi.
Yo esperaba algo o alguien, ya no recuerdo; en
ese momento te convertiste en mi único recuerdo.
Te
vi salir y te vi entrar, te vi pasearte como espectro tras tu ventanal, te vi
recorrer todas las calles de esta ciudad, te vi mojado por la lluvia corriendo
y te vi sonreír por algo que no me incluía.
A
tan solo unos metros pude tomarte las manos, llevarte contra la pared y sazonar
tu cuerpo con mi lengua, degustar tus tatuajes, limpiar tus pecados, suavizar
tus heridas, logré cierres tus ojos y abras tus pupilas. Pude secar tus
lágrimas con mis besos e incite a que grites con esa voz que me eriza las
noches en que te pienso.
Tuve
tu fricción contra mi cuerpo, el vaivén del bendito infierno ardiendo tan
adentro mío que los demonios huyeron sonrojados pidiendo asilo en el cielo.
Te
inventé mil nombres, y solo respondías a “mi hombre”. Vi tus manos recorrerme,
detenerme, ahondarme, socorrerme; oí tu susurro allí donde solo la piel escucha
y sentí tus palabras una a una imaginadas, vestirme la mirada.
Tu
sonrisa como luces de media tarde fueron cosquillas que me encendieron, tu
mirada contando millones de historias vino a beberme los silencios. Supe de tu
pasado pero más me miraste el presente, supe de lo que estas asqueado pero más
me contaste de tu ser fuerte. Volaste y volamos, estrellándonos todos los
mundos, anclando en el aire para respirar una bocanada y seguir construyendo
caminos, atajos a través de nuestros muslos.
Te
vi espiarme por las noches, sentí tu atención buscarme entre las sábanas, detrás
de tu ventana, sobre la escalera, en el césped de tu patio en mitad de la noche
y sin una luna llena. No me importó cuando leí tu afán por lo superficial,
sabía que rasgando tu piel había una profundidad tan oscura y tentadora que te
hacía más confiable a mi boca. No me importó cuando tu silencio se propagó por
temor, porque me interesó siempre ese miedo que callabas en mi interior.
Entonces
te vi,
yo
parada en la vereda de enfrente
y
vos ahí
sin
saber todo lo que yo ya estaba diciéndote.
Entonces
me miraste
tan
profundamente me miraste
y
no sacaste tus ojos de mi existencia.
Tan
fuerte fue que se acortó la distancia
y
me sentí aun mas atrapada
tanto
así
que
huí.
Mis
ojos buscaron excusas en la tierra,
mi
corazón punzaba mi cabeza,
se
me quebraron los huesos,
me
vestí con todos mis defectos…
Y
me fui
Te
dejé allí con toda mi historia
y huí antes de que la realidad
te
haga tan imperfecto y a mí tan común como cualquier ser que vive y muere sin
sueños.
No
me atrevo.
No
me atrevo.
Y
ahora te veo solo para esquivarte todo lo que más puedo,
aunque en las noches yo te nombro y mi cuerpo
te responde sediento.
Nunca
más me miraste
Nunca
más me atravesaste.
Y
yo detrás de todos mis miedos
te
espío, te veo, y vuelvo volvemos.
Siempre siento en ti un desasosiego y me inquietas. Hermosa como eres, te dejas ver en un fondo tremendamente seductor. Cuando te leo mi desasisiego seva con el tuyo y durante todo este tiempo, me pregunto por dónde andarás, qué es de tu vida y qué cosas piensas...Vivimos en una isla con profundos acantilados y hermosos valles; en una soledad casi disimulada, repleta de sueños por cumplir.
ResponderEliminarAhora apareces de pronto, tu en tu verano y yo en mi invierno. Me alegra saludarte y sentirte que estás viva entre una marea de gentes poblando tu ciudad, en un verano caluroso donde bulle tu pensar y, de tarde en tarde, sentirte al otro lado del océano...sigues estando ahí...
Un beso.